martes, 30 de marzo de 2010

¡Dios es Dios!

El reino de Dios está aquí y ahora, aunque escondido a los ojos de la mayoría. Pero ese reino, en toda su perfección y esplendor, llegará pronto y llenará el universo “como las aguas cubren el mar

¡Dios es Dios!: aquí nuestro punto de partida. Todo lo concerniente al reino de Dios está basado en esta verdad, el tema central de toda la Biblia. “En el principio Dios…; y dijo Dios…; e hizo Dios…; y llamó Dios…; y fue así” (Génesis, capítulo 1). “Yo soy el que soy” (Exodo 3. 14). “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55.8-9).

“Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Apocalipsis 1.8). “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Romanos 11.33-36).

Para comprender cómo Dios se relaciona con el hombre y con el universo, es imprescindible comprender a Dios aparte de su relación con lo creado. Comprender a Dios -hasta donde lo podemos imaginar- en un vacío, antes de que existiera nada de lo que vemos y palpamos. Porque sólo cuando comenzamos a pensar en Dios fuera de las dimensiones del tiempo y espacio -sólo cuando nos sentimos pasmados y confusos frente a lo que nuestra mente humana no puede captar -, nos daremos cuenta, hasta cierto punto, de quién es Dios.

Como hombres, es imposible entrar en las dimensiones de Dios, y dificilísimo intentarlo siquiera. Siempre concebimos a Dios en términos nuestros, un superhombre que trasciende nuestras barreras, pero no un Ser que en absoluto se rige por ellas, un Ser para quien el tiempo y el espacio no existen excepto como herramientas que utiliza en relación con su universo. Siempre nos expresamos en términos del pasado, presente y futuro, en términos del más acá y más allá.

El pensamiento teológico siempre quiere meter a Dios dentro de definiciones y esquemas. Y en la práctica de la vida cristiana, insistimos en que quepa dentro de nuestras ideologías y programas. Nuestro antropocentrismo y egocentrismo lo quieren encasillar a toda costa. En lugar de dejarnos abiertos a que Dios se nos revele, hacemos lo imposible por crearlo a nuestra imagen. Como cristianos, automáticamente suponemos que lo divino debe identificarse con lo nuestro: pensamientos e ideas, sentimientos y emociones, deseos y metas, alegrías y tristezas.

Las polémicas y frustraciones más grandes en nuestro pensar teológico -el misterio de la Trinidad, la deidad y la humanidad de Jesucristo, la soberana elección de Dios y el libre albedrío del hombre- nacen del deseo de encerrar a Dios dentro del marco nuestro. Pregunta un escritor: “¿El amarillo es cuadrado o redondo? ¿El verde es pesado o liviano? Estoy convencido de que la mayoría de nuestras preguntas acerca de Dios son así de absurdas. No es que no sepamos las respuestas. Es que no sabemos las preguntas”.

Dios es categórico y absoluto. Hace lo que quiera, con quien quiera, cuando quiera y donde quiera. No está obligado a dar razón a nadie de qué hace ni por qué, y nadie tiene derecho de cuestionárselo. No lo conocemos en términos de nada ni de nadie, pero todo se conoce en relación con él. Dios es amor, no el amor es Dios. Dios es santidad, justicia y misericordia, y estas propiedades se conocen solamente de acuerdo con la definición que les da el carácter de Dios.

Por definición, Dios no necesita de nadie ni debe nada a nadie. Sus únicas limitaciones son las de su propio carácter. Es el iniciador, el punto de partida y el fin de todo. Si fuera hombre, le acusaríamos de egoísta. Pero el egoísmo es colocarnos en el lugar que no nos corresponda, y querer que todo gire en derredor nuestro. Con Dios, no hay lugar que no le corresponda, y, como centro del universo, todo gira alrededor de él.

Dios actúa siempre de acuerdo con su carácter: amor, justicia, santidad, misericordia. Bendice a toda la humanidad -”hace salir su sol sobre malos y buenos, y…hace llover sobre justos e injustos”-. Por su propio carácter, obra siempre de pura gracia. A los que nos hemos puesto bajo su soberanía, nos colma de las bendiciones especiales que tiene reservadas para sus hijos. Somos siervos del Rey, amigos del Rey e hijos del Rey.

El universo responde a esta soberanía absoluta, y toda la humanidad responderá un día, quiera o no quiera. El primer capítulo del Evangelio según San Juan nos dice que Dios, en Jesucristo, vino a lo que había creado, y que sus criaturas, en su gran mayoría, no lo quisieron recibir. Pero a los que sí lo recibimos, nos da poder de ser hechos hijos de Dios, de estar absorbidos eternamente dentro de su soberanía. En las palabras del Catecismo de Westminster: “El fin principal del hombre es glorificar a Dios y gozar de él para siempre”. Dios nos envuelve dentro de sus planes para el universo, para los cuales fuimos destinados por la creación y pre-destinados por la redención. Y todo culminará en la gloriosa escena pintada en el Apocalipsis: “El trono de Dios y del Cordero estará en ella (la ciudad celestial), y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz de sol, porque Dios su Señor los iluminará,y reinarán por los siglos de los siglos”.

No nos equivoquemos. Dios está en su trono, y jamás lo ha abandonado. Nada se mueve que no sea por su voluntad. Aunque nos resulte difícil de aceptar, hasta Satanás actúa y el mal sigue existiendo sólo porque Dios lo permite (como vemos en el caso de Job). Pero un día Dios dirá: “¡Basta!”, y empezará a reinar a ojos no solamente de sus escogidos, como ahora, sino de todo el universo. La idea de que hay una lucha cósmica entre el bien y el mal, en la cual está en duda quién saldrá victorioso, es totalmente ajena a la Palabra de Dios. Dios hizo, Dios mantiene, Dios ordena, Dios permite y Dios perfeccionará todo en la segunda venida de Jesucristo. Mientras tanto, Satanás reina en la tierra y en la vida de la mayoría de los hombres. Pero lo hace bajo la mano soberana de Dios.

El reino de Dios está aquí y ahora, aunque escondido de los ojos de la mayoría. Pero ese reino, en toda su perfección y resplandor, llegará pronto, y llenará el universo “como las aguas cubren el mar”. Exclamamos con Juan el apóstol: “Amen; sí, ven Señor Jesús”. ¡Dios es Dios!

Por GUILLERMO DAVID SOMMERVILLE

Fuente: http://www.compromisocristiano.com

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